En la Selva de Irati, que cubre valles y montes del norte de Navarra, las brumas confieren un halo de magia al espectáculo. Nos adentramos en esta inmensa foresta de arrebatadora belleza en busca de los robles peludos y del eco de sus leyendas.
No es fácil olvidar los impresionantes paisajes otoñales, pintados de colores, formas y texturas, que se descubren en un paseo por el corazón de los bosques de Irati. Imágenes casi mágicas veladas por la escasa luz que deja pasar la vegetación y las húmedas nieblas que inundan la fronda con la otoñada. Una magia que ha traído consigo una herencia de leyendas. Si las brumas se condensan y los vientos mueven las copas de los árboles, quizá se cruce ante los atónitos ojos del excursionista un desfile de lamias (dragones con cabeza de mujer) con el sudario de la reina Juana de Labrit, madre de Enrique IV, tristemente famosa por hacer destruir las casas e iglesias de los católicos que habitaban estos lugares.
El principal valor de este enclave se muestra en el excelente estado de conservación de toda su inmensa foresta y en el adecuado equilibrio de cada uno de sus ecosistemas. La regeneración natural del bosque ha sido capaz de devolver al territorio la arrebatadora belleza que ahora luce, a pesar de la explotación forestal sufrida en siglos pasados. Como en los tiempos de aquella invencible flota de la Marina Real, que taló grandes extensiones del bosque para construir los barcos que combatían contra Inglaterra. El río Irati se usaba entonces como autopista fluvial para hacer navegar los troncos hasta los aserraderos de Sangüesa. El alto índice de precipitaciones anuales convierte cada rincón en una zona de especial profusión de vida, tanto animal como vegetal. Los manantíos salpican las laderas y empapan las tierras profundas y orgánicas que sujetan este grandioso manto verde. La masa arbórea se compone de dos especies esenciales: hayas y abetos, en forma de manchones puros o mezclados entre sí. Pero también se nutren sus espesuras de arces, tejos, serbales, acebos, avellanos y tilos, la plétora de vegetales más representativos de la Navarra emboscada.